1
La llegada de las selecciones se sucedió de manera esporádica faltando un par de semanas para la fecha de inicio pactada. Se sentían los primeros calorcitos del verano reducido de esta era. En el pasado era de tres meses pero se había comprimido al lapso entre el 18 de enero y 14 de febrero. Un “veranillo”.
Los primeros en arribar fueron los brasileros. Como novedad poseían un orangután que cumplía el rol de arquero. Una semana más tarde los judíos. El plantel lo conformaban solo mutantes judíos circuncisos.
Último llegó Uruguay. Se habían retrasado por intentar hacer el trayecto más corto y al pasar por la ciudad de Maradonchú (ex Gualeguaychú), los mutantes de dicha ciudad, como un acto reflejo ancestral, los habían corrido a pedradas. Apenas salvaron el pellejo. Entre los no-humanos que conformaban el plantel celeste había cuatro negros.
La expectativa y tensión eran extremas. No se hablaba de otra cosa que del mundial. Debutaríamos contra Brasil. Hordas de mutantes fanáticos durmieron durante días en las afueras del estadio, aguardado el momento de apertura de las puertas del estadio.
2
Como en todo buen evento deportivo, se realizó una ceremonia de apertura. Consistió en una ronda de decapitación de criminales en el centro de la cancha. Pettinato era ovacionado por la multitud desde su palco, cual emperador romano en Coliseo. Sin duda, era un golpe político que lo ungía como caudillo adorado.
Con el plantel observábamos todo desde el vestuario. Debo reconocer que estaba nervioso. Me preocupaba qué pasaría si perdíamos. ¿Cómo contener esa masa de mutantes desilusionados? ¿Cómo respondería Rabito, perro cagón, ante los gritos de la multitud?
Miré a los ojos al peludito can y lo abracé con todas mis fuerzas. Los demás mutantes albicelestes debieron creer que era una especie de cábala, ya que se unieron en un fraternal abrazo.
_¡Vamo a ganá! –dijo el “Manco”-.
_¡Guau! –respondió Rabito-.
Todos respondieron con arengas y gritaron obscenidades. Eran espantosos jugadores de fútbol, pero de buen corazón. Comprendí que como capitán era mi deber decir algunas palabras:
_Estos meses que hemos practicado juntos, fueron difíciles. Pero con el arduo entrenamiento y sacrificio hemos mejorado. ¡¡¡Nos costó un huevo llegar hasta acá!!! ¡¡Si hasta hace poco nadie podía tocar una pelota!! Pero ahora eso es pasado. ¡¡El presente reclama que debemos dominar la globa y defender el honor de nuestro país y de nuestro Dios!! No seremos los mejores, pero tenemos el corazón lleno. ¡¡Tenemos el corazón lleno de amor por Maradona!!
¡¡Así que salgamos a la cancha a comernos crudos a esos brasileros putos!! ¡¡En Maradona confiamos, carajo!!
_¡¡EN MARADONA CONFIAMOS!! –repitieron todos abrazados, con una mezcla de lagrimas y sangre en los ojos-.
3
El ingreso a la cancha fue de lo más emocionante que viví en mi vida. Ni cuando asesiné a mi prima o envolví a Eva con los intestinos se me erizó tanto la piel. El estadio repleto a reventar, los papelitos picados y los cánticos de “soy albi-mutante” y “ar-gen-tina (mutante)” que bajaban de la popular.
El partido fue muy jodido desde el comienzo, como me había imaginado. Los brasileros de mierda dominaban el arte del buen fútbol. Si no fuera por Rabito que le arranco el talón de Aquiles a un par, el juez comprado y mis atajadas atómicas, sin duda nos habrían cagado a goles.
En medio de la silbatina general y la puteada de medio estadio, cerca del final del partido el juez cobro un foul cerca del área rival. El “Oscuro” había aprendido bien el arte de tirarse en medio de una jugada entreverada.
Con los nervios a flor de piel, recorrí ochenta metros hasta la ubicación indicada por el juez. El silencio y estupor dominó la situación. Coloqué la pelota con el pincho apuntando hacia el ángulo derecho del arco y di cinco pasos atrás. Tomé aire y emprendí la carrera.
La pelota se elevó justo por sobre la barrera y por el efecto comenzó a caer. El orangután no pudo hacer nada a pesar de estar colgado del travesaño.
Tomé aire y grité:
_¡¡¡¡GOOOOOLLLL!!!! ¡¡La reputa madre que los parió!!
A mi grito ronco se sumó el del público. Casi se cae el estadio al festejar el golazo. La colgué del ángulo. ¡¡Mi segundo gol había sido en un Mundial!
El resto del partido lo jugamos con 10, porque Rabito desapareció en el festejo del gol. Al terminar el partido, me indicaron que el perro había salido como un rayo hacia el vestuario. ¡¡Perro cagón!!
En otro orden de noticias, en el partido de primera hora, los judíos mutantes le ganaron a Uruguay por 2 a 1. Por supuesto que el partido terminó bochornosamente a las trompadas, ya que como todos saben, a los uruguayos les encanta concluir los partidos a las piñas.
4
Los días previos al partido contra Uruguay, la pasamos como estrellas de rock. Las hembras mutantes nos perseguían e intentaban ingresar a la concertación para ofrendar sus inmundos y olorosos cuerpos. Algunos integrantes del plantel se dieron la gran vida y hasta coleccionaron bombachas. Yo no. La verdad que de tanto garchar he perdido las ganas.
Para este partido la expectativa era aún mayor. Cientos de mutantes murieron al intentar ingresar al estadio. Algunos vendían a sus hijos para conseguir un lugar. Se descubrieron túneles horadados por bajo la tribuna por fanáticos extremistas.
La presión era mayúscula, ya que debíamos ganar para no perder pie. A primer hora, los judíos de mierda le habían ganado a los brasileros de mierda. ¡Una cagada!
Luego de la arenga ingresamos a la cancha. Otra explosión de júbilo. Teníamos a la hinchada en el bolsillo y Pettinato aseguraba su popularidad.
El comienzo fue áspero y premonitorio de su finalización. A los diez minutos de juego, un tarascón de Rabito en la pierna buena del delantero Charrúa-mutante, dio inicio a una gran trifulca. Una enrome batahola incontenible, que se contagió a las tribunas. El partido se suspendió por falta de garantías y se dio por empatado.
Los uruguayos fueron evacuados del país, por temor a que los mutantes fanáticos los lincharan. Pettinato era inteligente en evacuarlos con seguridad, ya que no quería ponerse en contra a los uruguayos. Los brasileros también retornaron a su país, ya que no tenían más partidos por disputar y estaban eliminados. Por suerte para ellos se salvaron de jugar contra Uruguay, ya que como todos saben los brasileros se cagan con Uruguay.
Solo nos quedaba el partido versus Israel del Sur.
5
El plan había salido a pedir de boca. Si perdíamos, el odio contra Israel del Sur sería incontenible. Si ganábamos, la popularidad de Pettinato y el patriotismo reinante podría ser manejado para comenzar la guerra.
Ustedes se preguntarán qué gano yo con todo esto de la guerra por el agua. ¿Todavía no se dieron cuenta que odio a los judíos? Los odio porque uno estafó a mi padre postizo. Pero se los cuento en la próxima. Ahora al partido.
Lamentablemente para la final no contaríamos con Rabito, suspendido por iniciar la trifulca contra Uruguay. Jugaríamos con uno de menos.
Era sorprendente cómo jugaba el team “pijamocha” como les gustaba ser nombrados. Pero más sorprendente aún era entender cómo lograban dominar la pelota con esas barbas largas y sombreros enormes. Los muy hijos de puta se mandaron una flor de jugada y me fue imposible defenderla.
Gol. Gol de Israel.
La tribuna no podía contener el nerviosismo. Los cánticos eran deliciosamente antisemitas: se podía escuchar “Judío sos cagón”, “Andá a jugar en Palestina” y “Si son tan machos construyan otro templo de Salomón”. En la barra brava quemaron varios volúmenes de la Torá Mutante.
Por suerte el primer tiempo culminó así. De la popular bajaba el característico olor a porro y chorizo. ¡¡Cómo me fumaría un porrito ahora!! –pensé-. Y ahí lo recordé: El Negro, un gran amigo de mi pasado en Gualeguaychú, cada vez que se fumaba un porro jugaba mucho mejor. Así que conseguí porro y me puse a fumar con los muchachos.
_Loco, jueguen sueltitos –les dije-.
_Uuh, loco, qué ganas de comer –dijeron un par-.
_Si juegan bien, les compro alfajores de cerebro de rata –les prometí-.
6
El segundo tiempo fue la mejor expresión de fútbol albi-mutante hasta el momento. El porro había surtido un efecto de mejora en las habilidades de nuestros jugadores.
Pero no metíamos un gol ni en el arco iris. El público se impacientaba aunque estaba extasiado con la mejora del team. Hasta que en una maniobra del “Sapo”, luego entreverada por el “Manco” en el área y pifiada por el “Oscuro”, terminó en uno de esos goles de puro culo pero gritados como ninguno.
_GGGOOOOOOOLLLLLL!!!!!
Una de las tribunas se desplomó, pero a nadie pareció importarle. Ni a los ocupantes de la misma tribuna, que seguían festejando aún estando horriblemente mutilados y entreverados entre los que no habían sobrevivido a la caída.
El partido empatado aún consagraba campeones a los judíos. A Pettinato se lo veía feliz en la tribuna. El espectáculo era hipnótico para las masas y si empatábamos el respeto por nuestro país no se perdería, pero el odio por Israel del Sur estallaría. El resultado perfecto.
Todo a pedir de boca, hasta que en la hora un foul sobre el “Sapo” al borde del área me colocó de un empujón en un predicamento. Yo no quería patearlo, pero todos mis compañeros y la tribuna lo pedían. No podía rechazar la responsabilidad. Pero ¿qué hacer?
Si lo pateo al ángulo ganamos. Eso me haría feliz, pero podría complicar mi relación con Pettinato. Si lo tiro afuera, seguro me linchan y tampoco quiero quedar como un cagón. También podría sacarme el peso haciendo un pase a alguno que esté libre.
Ya tomé carrera. Es cuestión de ir hacia la pelota y resolver. Ante mí, la panorámica de la jugada; libres están el “Manco” y el “Sapo”, mientras el “Oscuro” tiene dos rivales arriba que a los empujones le hacen marca personal.
La llegada de las selecciones se sucedió de manera esporádica faltando un par de semanas para la fecha de inicio pactada. Se sentían los primeros calorcitos del verano reducido de esta era. En el pasado era de tres meses pero se había comprimido al lapso entre el 18 de enero y 14 de febrero. Un “veranillo”.
Los primeros en arribar fueron los brasileros. Como novedad poseían un orangután que cumplía el rol de arquero. Una semana más tarde los judíos. El plantel lo conformaban solo mutantes judíos circuncisos.
Último llegó Uruguay. Se habían retrasado por intentar hacer el trayecto más corto y al pasar por la ciudad de Maradonchú (ex Gualeguaychú), los mutantes de dicha ciudad, como un acto reflejo ancestral, los habían corrido a pedradas. Apenas salvaron el pellejo. Entre los no-humanos que conformaban el plantel celeste había cuatro negros.
La expectativa y tensión eran extremas. No se hablaba de otra cosa que del mundial. Debutaríamos contra Brasil. Hordas de mutantes fanáticos durmieron durante días en las afueras del estadio, aguardado el momento de apertura de las puertas del estadio.
2
Como en todo buen evento deportivo, se realizó una ceremonia de apertura. Consistió en una ronda de decapitación de criminales en el centro de la cancha. Pettinato era ovacionado por la multitud desde su palco, cual emperador romano en Coliseo. Sin duda, era un golpe político que lo ungía como caudillo adorado.
Con el plantel observábamos todo desde el vestuario. Debo reconocer que estaba nervioso. Me preocupaba qué pasaría si perdíamos. ¿Cómo contener esa masa de mutantes desilusionados? ¿Cómo respondería Rabito, perro cagón, ante los gritos de la multitud?
Miré a los ojos al peludito can y lo abracé con todas mis fuerzas. Los demás mutantes albicelestes debieron creer que era una especie de cábala, ya que se unieron en un fraternal abrazo.
_¡Vamo a ganá! –dijo el “Manco”-.
_¡Guau! –respondió Rabito-.
Todos respondieron con arengas y gritaron obscenidades. Eran espantosos jugadores de fútbol, pero de buen corazón. Comprendí que como capitán era mi deber decir algunas palabras:
_Estos meses que hemos practicado juntos, fueron difíciles. Pero con el arduo entrenamiento y sacrificio hemos mejorado. ¡¡¡Nos costó un huevo llegar hasta acá!!! ¡¡Si hasta hace poco nadie podía tocar una pelota!! Pero ahora eso es pasado. ¡¡El presente reclama que debemos dominar la globa y defender el honor de nuestro país y de nuestro Dios!! No seremos los mejores, pero tenemos el corazón lleno. ¡¡Tenemos el corazón lleno de amor por Maradona!!
¡¡Así que salgamos a la cancha a comernos crudos a esos brasileros putos!! ¡¡En Maradona confiamos, carajo!!
_¡¡EN MARADONA CONFIAMOS!! –repitieron todos abrazados, con una mezcla de lagrimas y sangre en los ojos-.
3
El ingreso a la cancha fue de lo más emocionante que viví en mi vida. Ni cuando asesiné a mi prima o envolví a Eva con los intestinos se me erizó tanto la piel. El estadio repleto a reventar, los papelitos picados y los cánticos de “soy albi-mutante” y “ar-gen-tina (mutante)” que bajaban de la popular.
El partido fue muy jodido desde el comienzo, como me había imaginado. Los brasileros de mierda dominaban el arte del buen fútbol. Si no fuera por Rabito que le arranco el talón de Aquiles a un par, el juez comprado y mis atajadas atómicas, sin duda nos habrían cagado a goles.
En medio de la silbatina general y la puteada de medio estadio, cerca del final del partido el juez cobro un foul cerca del área rival. El “Oscuro” había aprendido bien el arte de tirarse en medio de una jugada entreverada.
Con los nervios a flor de piel, recorrí ochenta metros hasta la ubicación indicada por el juez. El silencio y estupor dominó la situación. Coloqué la pelota con el pincho apuntando hacia el ángulo derecho del arco y di cinco pasos atrás. Tomé aire y emprendí la carrera.
La pelota se elevó justo por sobre la barrera y por el efecto comenzó a caer. El orangután no pudo hacer nada a pesar de estar colgado del travesaño.
Tomé aire y grité:
_¡¡¡¡GOOOOOLLLL!!!! ¡¡La reputa madre que los parió!!
A mi grito ronco se sumó el del público. Casi se cae el estadio al festejar el golazo. La colgué del ángulo. ¡¡Mi segundo gol había sido en un Mundial!
El resto del partido lo jugamos con 10, porque Rabito desapareció en el festejo del gol. Al terminar el partido, me indicaron que el perro había salido como un rayo hacia el vestuario. ¡¡Perro cagón!!
En otro orden de noticias, en el partido de primera hora, los judíos mutantes le ganaron a Uruguay por 2 a 1. Por supuesto que el partido terminó bochornosamente a las trompadas, ya que como todos saben, a los uruguayos les encanta concluir los partidos a las piñas.
4
Los días previos al partido contra Uruguay, la pasamos como estrellas de rock. Las hembras mutantes nos perseguían e intentaban ingresar a la concertación para ofrendar sus inmundos y olorosos cuerpos. Algunos integrantes del plantel se dieron la gran vida y hasta coleccionaron bombachas. Yo no. La verdad que de tanto garchar he perdido las ganas.
Para este partido la expectativa era aún mayor. Cientos de mutantes murieron al intentar ingresar al estadio. Algunos vendían a sus hijos para conseguir un lugar. Se descubrieron túneles horadados por bajo la tribuna por fanáticos extremistas.
La presión era mayúscula, ya que debíamos ganar para no perder pie. A primer hora, los judíos de mierda le habían ganado a los brasileros de mierda. ¡Una cagada!
Luego de la arenga ingresamos a la cancha. Otra explosión de júbilo. Teníamos a la hinchada en el bolsillo y Pettinato aseguraba su popularidad.
El comienzo fue áspero y premonitorio de su finalización. A los diez minutos de juego, un tarascón de Rabito en la pierna buena del delantero Charrúa-mutante, dio inicio a una gran trifulca. Una enrome batahola incontenible, que se contagió a las tribunas. El partido se suspendió por falta de garantías y se dio por empatado.
Los uruguayos fueron evacuados del país, por temor a que los mutantes fanáticos los lincharan. Pettinato era inteligente en evacuarlos con seguridad, ya que no quería ponerse en contra a los uruguayos. Los brasileros también retornaron a su país, ya que no tenían más partidos por disputar y estaban eliminados. Por suerte para ellos se salvaron de jugar contra Uruguay, ya que como todos saben los brasileros se cagan con Uruguay.
Solo nos quedaba el partido versus Israel del Sur.
5
El plan había salido a pedir de boca. Si perdíamos, el odio contra Israel del Sur sería incontenible. Si ganábamos, la popularidad de Pettinato y el patriotismo reinante podría ser manejado para comenzar la guerra.
Ustedes se preguntarán qué gano yo con todo esto de la guerra por el agua. ¿Todavía no se dieron cuenta que odio a los judíos? Los odio porque uno estafó a mi padre postizo. Pero se los cuento en la próxima. Ahora al partido.
Lamentablemente para la final no contaríamos con Rabito, suspendido por iniciar la trifulca contra Uruguay. Jugaríamos con uno de menos.
Era sorprendente cómo jugaba el team “pijamocha” como les gustaba ser nombrados. Pero más sorprendente aún era entender cómo lograban dominar la pelota con esas barbas largas y sombreros enormes. Los muy hijos de puta se mandaron una flor de jugada y me fue imposible defenderla.
Gol. Gol de Israel.
La tribuna no podía contener el nerviosismo. Los cánticos eran deliciosamente antisemitas: se podía escuchar “Judío sos cagón”, “Andá a jugar en Palestina” y “Si son tan machos construyan otro templo de Salomón”. En la barra brava quemaron varios volúmenes de la Torá Mutante.
Por suerte el primer tiempo culminó así. De la popular bajaba el característico olor a porro y chorizo. ¡¡Cómo me fumaría un porrito ahora!! –pensé-. Y ahí lo recordé: El Negro, un gran amigo de mi pasado en Gualeguaychú, cada vez que se fumaba un porro jugaba mucho mejor. Así que conseguí porro y me puse a fumar con los muchachos.
_Loco, jueguen sueltitos –les dije-.
_Uuh, loco, qué ganas de comer –dijeron un par-.
_Si juegan bien, les compro alfajores de cerebro de rata –les prometí-.
6
El segundo tiempo fue la mejor expresión de fútbol albi-mutante hasta el momento. El porro había surtido un efecto de mejora en las habilidades de nuestros jugadores.
Pero no metíamos un gol ni en el arco iris. El público se impacientaba aunque estaba extasiado con la mejora del team. Hasta que en una maniobra del “Sapo”, luego entreverada por el “Manco” en el área y pifiada por el “Oscuro”, terminó en uno de esos goles de puro culo pero gritados como ninguno.
_GGGOOOOOOOLLLLLL!!!!!
Una de las tribunas se desplomó, pero a nadie pareció importarle. Ni a los ocupantes de la misma tribuna, que seguían festejando aún estando horriblemente mutilados y entreverados entre los que no habían sobrevivido a la caída.
El partido empatado aún consagraba campeones a los judíos. A Pettinato se lo veía feliz en la tribuna. El espectáculo era hipnótico para las masas y si empatábamos el respeto por nuestro país no se perdería, pero el odio por Israel del Sur estallaría. El resultado perfecto.
Todo a pedir de boca, hasta que en la hora un foul sobre el “Sapo” al borde del área me colocó de un empujón en un predicamento. Yo no quería patearlo, pero todos mis compañeros y la tribuna lo pedían. No podía rechazar la responsabilidad. Pero ¿qué hacer?
Si lo pateo al ángulo ganamos. Eso me haría feliz, pero podría complicar mi relación con Pettinato. Si lo tiro afuera, seguro me linchan y tampoco quiero quedar como un cagón. También podría sacarme el peso haciendo un pase a alguno que esté libre.
Ya tomé carrera. Es cuestión de ir hacia la pelota y resolver. Ante mí, la panorámica de la jugada; libres están el “Manco” y el “Sapo”, mientras el “Oscuro” tiene dos rivales arriba que a los empujones le hacen marca personal.